sábado, 9 de abril de 2011

Trujillo.




Llegamos como las 8 de la mañana a Trujillo, una ciudad más pequeña del Perú no sin inconvenientes, de partida el bus no era para nada cómodo, así que dormimos poco y mal, mi esposo continuaba con los dolores, y el bus se detuvo en cada lugar que pudo a recoger pasajeros, lo que es un peligro, puesto que en las noticias veíamos de buses asaltados en las carreteras. Afortunadamente no nos pasó nada, pero al llegar a Trujillo uno de los pasajeros se dio cuenta que le había robado la laptop de un bolso de mano que había dejado en el compartimento superior. En ningún caso yo he querido hacer lo mismo, siempre llevo el bolso a mis pies cosa de no perderlo de vista y tratamos de sentarnos cerca de los maleteros, cosa de ver si que sacan nuestros bolsos. Buscamos una hostal cerca del terminal de buses, que fue la más barata que encontraríamos en nuestro viaje por este país, s./35, por una pieza amplia con baño privado y una cama cómoda. Se notaba que era una construcción nueva y los dueños fueron muy amables.
Estábamos a unas 5 cuadras del centro, decidimos bañarnos y salir a buscar desayuno, no sin antes preguntar qué tan lejos estaba la playa. La dueña del hostal que estaba como a una hora, cosa que nos desilusionó porque pensamos que estaríamos más cerca.
Caminando llegamos al mercado central, por el que dimos una vuelta, estaba más limpio que el de Arequipa, pero decidimos tomar desayuno afuera de éste. La novedad fue que al pedir café con leche te traían la taza y una botella que asumí que era soya para los sándwiches que habíamos ordenado, pero era café líquido. Ya estábamos en el norte del Perú y en los anuncios de los restaurantes anunciaban su comida al estilo norteño y temimos por los aliños. Ceviche se anunciaba por todos lados, tamales. Caminamos un momento más y encontramos la plaza y el centro histórico. De nuevo las construcciones mostraban el paso español por la ciudad. Buscamos la información turística y nos indicaron los museos y lugares que debíamos conocer y la forma de llegar a la playa más próxima, Huanchaco.  
Decidimos dejar el paseo a la playa para el siguiente día y paseamos por la ciudad, deliberando si era conveniente o no tomar un tour que ofrecían para ir a sitios arqueológicos cercanos. Decidimos que no y seguimos conociendo. Trujillo es una ciudad amable para el turista, pequeña pero ordenada y limpia. Compré un libro por s./14, un precio irrisorio para lo que pagamos en Chile, incluso por una copia pirata. Durante esa noche en la plaza nos encontramos con un show de la municipalidad, con la banda tocando música popular e invitando a la gente a bailar y el grupo folclórico bailando danzas típicas.
Fuimos al siguiente día a Huanchaco, una playa ordenada y limpia, dónde se veía gente surfeando y además los famosos caballitos de totora, botes hechos de este material que usan para salir a pescar. Hartos lugares dónde comer frente a la playa, pero decidimos volver a la ciudad.
Decidimos conocer el museo del juguete, obra única en Sudamérica según la persona que nos atendió y que es de propiedad de un artista local que no tuvo juguetes en su niñez debido a la condición económica de su familia y al conocer Europa vio varios museos de este tipo y decidió exportar la idea a su ciudad natal. El museo de divide en varias habitaciones, una de juguetes de niña, otra de varones, un lugar para juguetes típicos y otro para juguetes prehispánicos. Aunque algunos de estos son réplicas, vale la pena conocer este museo por lo original.
Viajaríamos nuevamente en la noche hacia nuestro último destino en Perú, Tumbes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario