miércoles, 20 de abril de 2011

Ecuador. Abril 4 del 2011 (Lunes), Guayaquil.

Cruzamos a Ecuador sin mayores controles de la policía o de la aduana, incluso ni siquiera nos pidieron el certificado de vacunas que se supone era obligatorio, pero tuvimos un percance al pasar nuestros pasaportes en la entrada puesto que a Perú ingresamos con el carnet de identidad. Sólo a mi esposo le timbraron el pasaporte, mientras que yo tuve que ingresar con la tarjeta Andina. Ahí nos dimos cuenta de la que la policía no tendría el mismo trato amable de la policía de Perú. Pero decidimos no darle tanta importancia y continuar.
Entrar a Ecuador fue algo sorprendentemente alegre para mí. Me sorprendí al ver los cultivos de plátanos a cada lado del camino, tanto verde por todos lados, los cerros, las nubes. A pesar que también me daba cuenta de que había casas muy pobres, hechas de algo como la totora y que no se veían muy higiénicas o muy abrigadoras, gente lavando ropa en el río, escuelas que no eran más que una casa mal tenida o niños en la calle cuando debían estar en la escuela. A pesar de todo eso, Ecuador me alegró al verlo.
Durante el viaje nos dimos cuenta que la conducción en las carreteras era prácticamente igual a Perú, o sea cero respeto por señales del tránsito o los peatones, pero bajaba el uso de las bocinas. En cada parada gente subía a vender cosas para comer y beber, el ya conocido choclo con queso que vimos en Perú, empanadas, tamales, frutas, dulces, bebidas y la novedad para nosotros, agua de coco. Pedí una bolsa y no me gustó, no era dulce y los trozos que venían de coco parecían verdes, para nosotros el coco se come cuando está duro, pero este estaba blando. Ni siquiera me terminé la bolsa.
Antes de llegar a Guayaquil cruzamos un enorme puente que todavía estaba en construcción, pero nos dio una idea del tamaño de la ciudad que visitaríamos. El río bajo el puente, el Guayas, inmenso. Luego de cruzar vimos el aeropuerto y al lado, nuestro punto de llegada el terminal terrestre, más grande que cualquiera que hayamos visto antes, de cuatro pisos. Al llegar notamos que el clima era muy parecido al de Tumbes, con calor y humedad, y que, recientemente había llovido en la ciudad. Buscamos un servicio de información al turista dentro del terminal, donde también había un centro comercial. La señorita que atendía nos indicó que el taxi no nos podía cobrar más de U$D 3 (Ecuador no tiene moneda propia y adoptó el dólar americano) al centro de la ciudad, dónde encontraríamos hoteles. Durante el viaje nos comentó que la época de lluvias estaba terminando, pero que todavía llovía fuerte algunos días, de hecho había llovido la noche anterior y en algunos pasajes durante la mañana. Le pedimos que nos llevara a la calle 9 de octubre, una de las principales, pero rodeamos el centro buscando hostales más baratas y encontramos una con aire acondicionado y el resto de comodidades, por U$ 20. Dejamos nuestras cosas y salimos a buscar algún lugar para comer, ya había pasado la hora de almuerzo, así que buscamos un local de comida rápida. Durante nuestro pequeño paseo confirmamos la impresión del clima que tuvimos al llegar, calor y humedad mezclados no de una manera muy agradable, pero la ciudad se veía amigable al turista, los precios muy parecidos a lo que estábamos acostumbrados en Perú, y a pesar de ocupar el dólar, no aceptan billetes mayores a los de U$20 en la mayoría de los locales, por el tema de la falsificación, y cuando los aceptan, te toman tus datos personales.
Decidimos volver al hostal y salir un poco más tarde, para descansar y esperar que bajara un poco el sol. Cuando salimos ya estaba por oscurecer, pero llegamos a una plaza buscando un ciber y cabinas telefónicas, notamos que la mayoría del comercio estaba cerrando sus puertas, a pesar de ser temprano, y luego bajamos en dirección al río dónde nos encontramos con el malecón, un paseo a orillas del río. Empezó a llover, así que volvimos al hostal esperando que el próximo día nos diera la oportunidad de conocer la ciudad.
Al día siguiente lo primero que hicimos fue buscar una oficina de información al turista, nos costó encontrarla, puesto que a diferencia de Perú, la gente y los policías de Guayaquil no tenían claro dónde estaba o si existía alguna, pero finalmente dimos con ella. El hombre que nos atendió fue muy amable, diciéndonos que debíamos visitar, que evitar, el horario del comercio (a más tardar cierran a las 20 hrs.)  y agregó algo que nos alegró, muchos museos y otras partes de Guayaquil que solían cobrar no lo estaban haciendo puesto que era una estrategia del gobierno para fomentar el turismo. Vale decir que muchos de los lugares que cobran entrada tienen dos precios, uno para los locales y otro para los turistas. De nuevo, en este tipo de oficinas fueron de mucha ayuda. Empezamos por visitar el museo contiguo, de entrada gratuita, y que tenía tres exhibiciones distintas, una audiovisual sobre la fundación de Guayaquil, los aborígenes que habitaban la zona, con elementos de la época, una proyección sobre Guayaquil y su historia, a modo de documental, y una de tono religioso, en donde se vinculaban las imágenes religiosas a los cuatro elementos. Luego caminamos hacia la plaza de las iguanas, donde puedes ver estas criaturas que pasean libremente, más otras especies como distintos tipos de pájaros, ardillas, tortugas y peces. Me sorprendió el tamaño de un caracol que paseaba por las plantas, una ardilla que bajó a comer pues nunca había visto una tan cerca, pero no me acerqué mucho a las iguanas.
Decidimos continuar la visita al malecón, puesto que habíamos conocido sólo una mínima parte, es una larga extensión de un paseo construido a orillas del río y dónde trataron de incorporar lo necesario para el turista y para su propia gente, un mercado artesanal, patios de comida, baños, un parque con lagunas y vegetación, el cine IMAX, acceso a paseos por el río en lancha o barco entre otros. Personalmente, me encantó la manera en que lo natural y una ciudad moderna cómo ésta conviven. Después de almorzar decidimos entrar a ver una película en este cine tan recomendado por el señor de la oficina de turismo, que al parecer es bastante famoso por su proyección en 360º en varios lugares, pero yo no lo había escuchado nunca. Había sido una larga jornada de caminar, con el calor y la humedad, y sería una buena forma de descansar, con aire acondicionado y a la vez nos entretendríamos. Pero no resultó ser para nada divertido, no al menos para mí. Es un cine dónde la disposición de las butacas era la de un cine normal, lo que me confundió, puesto que esperaba sillas al menos reclinables porque de otra manera no entendía cómo se podría disfrutar de una visión de 360º, sobre las butacas, un domo, que supuse que haría la vez de pantalla. Antes de empezar la película, una voz advierte que por lo especial de este cine, uno podría sentirse mareado, pero bastaría con cerrar los ojos por unos minutos y solucionado el problema. Bueno, no me resultó el consejo, estuve mareada durante toda la película, la imagen es más bien de 300º, y nunca supe como lo harían las personas de los primeros puestos para disfrutar una película en caso de estar llenos, suerte para nosotros habían pocas personas, lo que también nos permitió buscar una mejor locación.
Al salir del cine decidimos dejar la excursión hasta ahí, principalmente porque todavía no me sentía bien. Además, ya habíamos decidido quedarnos otro día puesto que Guayaquil ofrecía muchas más cosas que visitar. Salimos una rato en la noche, pero sólo cerca a nuestro hostal, para evitar peligros. Al siguiente día salimos en dirección al barrio Las Peñas, en el cerro Santa Ana, con intención de llegar hasta el faro para ver la ciudad desde arriba. Nos reímos al comprobar que los escalones estaban enumerados, porque no le habíamos tomado atención al señor de la oficina de turismo de que tendríamos que subir 444 escalones para llegar a la cima. Aquí fue que me empecé a dar cuenta que tenía un problema con la altura. El cerro no es especialmente alto, pero sumado a la ciudad, el calor, la humedad, fue un logro llegar. Tomamos fotos y continuamos hacia nuestro destino, el parque histórico en el sector de Samborondón, también llamado La  Puntilla, sector en donde vive gente con más poder adquisitivo. El taxi no fue caro, U$ 3.5, y nos dejó en la misma entrada. Al recibirnos nos informaron que también era gratis y que podíamos ingresar inmediatamente, o podíamos esperar unos 15 minutos para formar un grupo e ir con un guía. Como también nos dijo que el lugar estaba bien señalizado decidimos ir por nuestra cuenta. Este parque histórico no es un zoo como se informa a veces, si tienen varias especies, algunos en jaulas por su naturaleza, pero muchos de ellos en el parque libremente, la idea es mostrar distintos tipos de vegetación que tienen y fauna. En la segunda parada del parque se encuentran edificaciones y réplicas de edificaciones de la época colonial más una cabaña de empleados de una finca y la casa patronal, rodeadas por cultivos típicos de la zona, como el arroz, café. Al entrar por la cabaña, sentimos un grito de una mujer a manera de saludo y más allá pudimos divisarla, vestida a la usanza de la época hacía el papel de campesina y nos comenzó a tratar de compadrito y comadrita, hablándonos de cuánto que nos estaba esperando y para qué, actividades típicas de la época, como matar una gallina. Luego seguimos hacia la casa patronal, dónde otro grupo de actores esperaba para hacer lo propio, mostrarnos la casa amoblada con cosas de la época. Fue toda una experiencia, hay que seguirles el juego y se pasa bien, mientras se conoce por boca lo que se hacía en esos tiempos. La tercera parte del parque es una visita por distintos cultivos y animales de granja.


Guayaquil fue un verdadero descubrimiento para mí, no pensaba pasar por Ecuador cuando planificaba mi viaje, porque nunca me había interesado en conocer algo más, pero fue un buen augurio empezar por esta ciudad, la gente es muy amable, les falta un poco en promocionar su turismo, fuera de las Galápagos y la mitad del mundo, pero van por un excelente camino. 

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