miércoles, 20 de abril de 2011

Ecuador. Abril 4 del 2011 (Lunes), Guayaquil.

Cruzamos a Ecuador sin mayores controles de la policía o de la aduana, incluso ni siquiera nos pidieron el certificado de vacunas que se supone era obligatorio, pero tuvimos un percance al pasar nuestros pasaportes en la entrada puesto que a Perú ingresamos con el carnet de identidad. Sólo a mi esposo le timbraron el pasaporte, mientras que yo tuve que ingresar con la tarjeta Andina. Ahí nos dimos cuenta de la que la policía no tendría el mismo trato amable de la policía de Perú. Pero decidimos no darle tanta importancia y continuar.
Entrar a Ecuador fue algo sorprendentemente alegre para mí. Me sorprendí al ver los cultivos de plátanos a cada lado del camino, tanto verde por todos lados, los cerros, las nubes. A pesar que también me daba cuenta de que había casas muy pobres, hechas de algo como la totora y que no se veían muy higiénicas o muy abrigadoras, gente lavando ropa en el río, escuelas que no eran más que una casa mal tenida o niños en la calle cuando debían estar en la escuela. A pesar de todo eso, Ecuador me alegró al verlo.
Durante el viaje nos dimos cuenta que la conducción en las carreteras era prácticamente igual a Perú, o sea cero respeto por señales del tránsito o los peatones, pero bajaba el uso de las bocinas. En cada parada gente subía a vender cosas para comer y beber, el ya conocido choclo con queso que vimos en Perú, empanadas, tamales, frutas, dulces, bebidas y la novedad para nosotros, agua de coco. Pedí una bolsa y no me gustó, no era dulce y los trozos que venían de coco parecían verdes, para nosotros el coco se come cuando está duro, pero este estaba blando. Ni siquiera me terminé la bolsa.
Antes de llegar a Guayaquil cruzamos un enorme puente que todavía estaba en construcción, pero nos dio una idea del tamaño de la ciudad que visitaríamos. El río bajo el puente, el Guayas, inmenso. Luego de cruzar vimos el aeropuerto y al lado, nuestro punto de llegada el terminal terrestre, más grande que cualquiera que hayamos visto antes, de cuatro pisos. Al llegar notamos que el clima era muy parecido al de Tumbes, con calor y humedad, y que, recientemente había llovido en la ciudad. Buscamos un servicio de información al turista dentro del terminal, donde también había un centro comercial. La señorita que atendía nos indicó que el taxi no nos podía cobrar más de U$D 3 (Ecuador no tiene moneda propia y adoptó el dólar americano) al centro de la ciudad, dónde encontraríamos hoteles. Durante el viaje nos comentó que la época de lluvias estaba terminando, pero que todavía llovía fuerte algunos días, de hecho había llovido la noche anterior y en algunos pasajes durante la mañana. Le pedimos que nos llevara a la calle 9 de octubre, una de las principales, pero rodeamos el centro buscando hostales más baratas y encontramos una con aire acondicionado y el resto de comodidades, por U$ 20. Dejamos nuestras cosas y salimos a buscar algún lugar para comer, ya había pasado la hora de almuerzo, así que buscamos un local de comida rápida. Durante nuestro pequeño paseo confirmamos la impresión del clima que tuvimos al llegar, calor y humedad mezclados no de una manera muy agradable, pero la ciudad se veía amigable al turista, los precios muy parecidos a lo que estábamos acostumbrados en Perú, y a pesar de ocupar el dólar, no aceptan billetes mayores a los de U$20 en la mayoría de los locales, por el tema de la falsificación, y cuando los aceptan, te toman tus datos personales.
Decidimos volver al hostal y salir un poco más tarde, para descansar y esperar que bajara un poco el sol. Cuando salimos ya estaba por oscurecer, pero llegamos a una plaza buscando un ciber y cabinas telefónicas, notamos que la mayoría del comercio estaba cerrando sus puertas, a pesar de ser temprano, y luego bajamos en dirección al río dónde nos encontramos con el malecón, un paseo a orillas del río. Empezó a llover, así que volvimos al hostal esperando que el próximo día nos diera la oportunidad de conocer la ciudad.
Al día siguiente lo primero que hicimos fue buscar una oficina de información al turista, nos costó encontrarla, puesto que a diferencia de Perú, la gente y los policías de Guayaquil no tenían claro dónde estaba o si existía alguna, pero finalmente dimos con ella. El hombre que nos atendió fue muy amable, diciéndonos que debíamos visitar, que evitar, el horario del comercio (a más tardar cierran a las 20 hrs.)  y agregó algo que nos alegró, muchos museos y otras partes de Guayaquil que solían cobrar no lo estaban haciendo puesto que era una estrategia del gobierno para fomentar el turismo. Vale decir que muchos de los lugares que cobran entrada tienen dos precios, uno para los locales y otro para los turistas. De nuevo, en este tipo de oficinas fueron de mucha ayuda. Empezamos por visitar el museo contiguo, de entrada gratuita, y que tenía tres exhibiciones distintas, una audiovisual sobre la fundación de Guayaquil, los aborígenes que habitaban la zona, con elementos de la época, una proyección sobre Guayaquil y su historia, a modo de documental, y una de tono religioso, en donde se vinculaban las imágenes religiosas a los cuatro elementos. Luego caminamos hacia la plaza de las iguanas, donde puedes ver estas criaturas que pasean libremente, más otras especies como distintos tipos de pájaros, ardillas, tortugas y peces. Me sorprendió el tamaño de un caracol que paseaba por las plantas, una ardilla que bajó a comer pues nunca había visto una tan cerca, pero no me acerqué mucho a las iguanas.
Decidimos continuar la visita al malecón, puesto que habíamos conocido sólo una mínima parte, es una larga extensión de un paseo construido a orillas del río y dónde trataron de incorporar lo necesario para el turista y para su propia gente, un mercado artesanal, patios de comida, baños, un parque con lagunas y vegetación, el cine IMAX, acceso a paseos por el río en lancha o barco entre otros. Personalmente, me encantó la manera en que lo natural y una ciudad moderna cómo ésta conviven. Después de almorzar decidimos entrar a ver una película en este cine tan recomendado por el señor de la oficina de turismo, que al parecer es bastante famoso por su proyección en 360º en varios lugares, pero yo no lo había escuchado nunca. Había sido una larga jornada de caminar, con el calor y la humedad, y sería una buena forma de descansar, con aire acondicionado y a la vez nos entretendríamos. Pero no resultó ser para nada divertido, no al menos para mí. Es un cine dónde la disposición de las butacas era la de un cine normal, lo que me confundió, puesto que esperaba sillas al menos reclinables porque de otra manera no entendía cómo se podría disfrutar de una visión de 360º, sobre las butacas, un domo, que supuse que haría la vez de pantalla. Antes de empezar la película, una voz advierte que por lo especial de este cine, uno podría sentirse mareado, pero bastaría con cerrar los ojos por unos minutos y solucionado el problema. Bueno, no me resultó el consejo, estuve mareada durante toda la película, la imagen es más bien de 300º, y nunca supe como lo harían las personas de los primeros puestos para disfrutar una película en caso de estar llenos, suerte para nosotros habían pocas personas, lo que también nos permitió buscar una mejor locación.
Al salir del cine decidimos dejar la excursión hasta ahí, principalmente porque todavía no me sentía bien. Además, ya habíamos decidido quedarnos otro día puesto que Guayaquil ofrecía muchas más cosas que visitar. Salimos una rato en la noche, pero sólo cerca a nuestro hostal, para evitar peligros. Al siguiente día salimos en dirección al barrio Las Peñas, en el cerro Santa Ana, con intención de llegar hasta el faro para ver la ciudad desde arriba. Nos reímos al comprobar que los escalones estaban enumerados, porque no le habíamos tomado atención al señor de la oficina de turismo de que tendríamos que subir 444 escalones para llegar a la cima. Aquí fue que me empecé a dar cuenta que tenía un problema con la altura. El cerro no es especialmente alto, pero sumado a la ciudad, el calor, la humedad, fue un logro llegar. Tomamos fotos y continuamos hacia nuestro destino, el parque histórico en el sector de Samborondón, también llamado La  Puntilla, sector en donde vive gente con más poder adquisitivo. El taxi no fue caro, U$ 3.5, y nos dejó en la misma entrada. Al recibirnos nos informaron que también era gratis y que podíamos ingresar inmediatamente, o podíamos esperar unos 15 minutos para formar un grupo e ir con un guía. Como también nos dijo que el lugar estaba bien señalizado decidimos ir por nuestra cuenta. Este parque histórico no es un zoo como se informa a veces, si tienen varias especies, algunos en jaulas por su naturaleza, pero muchos de ellos en el parque libremente, la idea es mostrar distintos tipos de vegetación que tienen y fauna. En la segunda parada del parque se encuentran edificaciones y réplicas de edificaciones de la época colonial más una cabaña de empleados de una finca y la casa patronal, rodeadas por cultivos típicos de la zona, como el arroz, café. Al entrar por la cabaña, sentimos un grito de una mujer a manera de saludo y más allá pudimos divisarla, vestida a la usanza de la época hacía el papel de campesina y nos comenzó a tratar de compadrito y comadrita, hablándonos de cuánto que nos estaba esperando y para qué, actividades típicas de la época, como matar una gallina. Luego seguimos hacia la casa patronal, dónde otro grupo de actores esperaba para hacer lo propio, mostrarnos la casa amoblada con cosas de la época. Fue toda una experiencia, hay que seguirles el juego y se pasa bien, mientras se conoce por boca lo que se hacía en esos tiempos. La tercera parte del parque es una visita por distintos cultivos y animales de granja.


Guayaquil fue un verdadero descubrimiento para mí, no pensaba pasar por Ecuador cuando planificaba mi viaje, porque nunca me había interesado en conocer algo más, pero fue un buen augurio empezar por esta ciudad, la gente es muy amable, les falta un poco en promocionar su turismo, fuera de las Galápagos y la mitad del mundo, pero van por un excelente camino. 

sábado, 9 de abril de 2011

Tumbes.

Llegamos a Tumbes temprano y en el camino nos dimos cuenta cual sería una de las principales fuentes de ingreso de esta ciudad, el arroz. Largas extensiones de campo sembrados con este alimento a lo largo de nuestro viaje, y además varias playas que hacen de esta ciudad un lugar turístico por excelencia, playas famosas en el circuito turístico. Buscamos un lugar dónde dejar nuestras cosas, ducharnos e ir a desayunar, como se estaba haciendo un ritual ya. El hostal que encontramos no nos gustó, pero aprovechamos que estaba cerca del terminal y que era barato, y después buscaríamos algo mejor.
Nuestra primera impresión de Tumbes fue desorden. A diferencia de las otras ciudades que visitamos, no se notaba la presencia de los españoles en la mayoría de las construcciones del centro histórico, hay muchos vendedores ambulantes por todos lados, el caos en el tráfico parece ser peor en dónde más que taxis se ven motos que tiran un carro atrás y cumplen la función de transporte. Después notamos el calor que hace allí. Es imposible estar dentro de una habitación sin un ventilador encendido (o aire acondicionado, mejor) y en la calle se une la humedad con el calor. Buscamos la oficina de información turística, y el pobre que atendía ahí estaba con terno y transpiraba de una manera increíble. En el rato que estuvimos en el centro nos quemamos como si hubiéramos estado toda la tarde al sol.  Ya a esa hora, almorzamos y fuimos a buscar un hostal más cómodo y lo encontramos, así que fuimos a buscar las cosas y nos instalamos esperando que pasara el calor para salir a conocer un poco más.
No se pasó el calor, pero ya había menos sol cuando salimos a comprar algo para comer y a dar otra vuelta. Acercándonos a la plaza, que a su vez está cerca del río Tumbes empezamos a sentir el ataque de los zancudos, tratamos de quedarnos sentados un rato, pero era imposible, así que nos devolvimos al hostal.
De acuerdo a lo que nos informó el joven de la información al turista, las playas más famosas están al sur de Tumbes, y cómo no queríamos devolvernos, decidimos conocer Puerto Pizarro, que está al norte y dónde se pueden visitar los Manglares y un par de islas cercanas. Además yo había decidido que no me iría de Perú sin bañarme en su mar, así que estaba todo a la mano.
El día Domingo salimos temprano con dirección a Puerto Pizarro, que está a unos 20 minutos de Tumbes y llegando nos ofrecieron el tour a los distintos lugares. Tomamos uno con un niño que manejaba un bote y por s./20 por cada uno. Hay que agregarle los s./3,5 que cuesta la entrada al criadero de cocodrilos y que hay que pagarlos antes de salir del puerto. El viaje en sí dura como 1 hora y media. Se conoce la isla de los cocodrilos (dónde nos volvieron a atacar los zancudos), la isla de los pájaros, los manglares, que son extensiones de tierra cubierta por los mangles, árboles de grandes raíces y que cuando el agua está de subida, sólo queda su follaje sobre el río, hay varias especies que se pueden ver de pájaros, cangrejos y peces que saltan en el río. Al crecer el mangle, su raíz empuja las conchas negras, un marisco que se ve en cantidad aquí, y se ve mucha gente en la tierra buscando este marisco.
Aquí se une el mar con el río, y hay dos islas famosas para el turismo. Una la isla del amor, que está abandonada porque la subida del río la está cubriendo casi por completo, y la isla de la ballena, dónde se dice apareció el cuerpo de una ballena años atrás, y dónde se puede ver todavía un hueso de ella. Allí se puede comer y bañarse, un lado de la isla da al río y el otro da hacia el mar. Decidimos quedarnos ahí por unas horas y aprovechar para bañarnos. El agua estaba caliente y el mar parecía poco peligroso, pero no nos quisimos aventurar tan adentro. Nos fijamos que en ninguna de las playas que visitamos vimos una señal de hasta donde se podía nadar, o si la playa era apta o no para nadar. Lo malo de este sector de la isla no tiene nada que te pueda cubrir del sol y está bastante descuidada para ser lugar turístico. Volvimos a la otra orilla, en dónde estaba el sector para comer, y pedimos un arroz con mariscos y otro con conchas negras. Lo más raro es que no tenían pescado frito, de ningún tipo,  y eso que era una zona de pesca. Lo más curioso, es que al llegar la niña nos ofreció el menú y nos dijo que todo era preparado al momento de ser pedido, lo que resultó ser verdad por el tiempo que se demoró en traer los platos, pero estaban deliciosos. Cada uno costó s./25, más de lo que pagamos por cualquier plato en Perú, pero el sabor valió la pena y la espera. Eso sí, en el puerto encuentras más lugares dónde comer y más baratos. En esta playa se puede acampar también, pero hay que traer agua y algo que te de luz en las noches.


Dejamos Tumbes temprano en la mañana siguiente, con el mal recuerdo de las picaduras de zancudos que nos perseguiría hasta Ecuador, pero con lindos lugares que conocimos del Perú. 

Trujillo.




Llegamos como las 8 de la mañana a Trujillo, una ciudad más pequeña del Perú no sin inconvenientes, de partida el bus no era para nada cómodo, así que dormimos poco y mal, mi esposo continuaba con los dolores, y el bus se detuvo en cada lugar que pudo a recoger pasajeros, lo que es un peligro, puesto que en las noticias veíamos de buses asaltados en las carreteras. Afortunadamente no nos pasó nada, pero al llegar a Trujillo uno de los pasajeros se dio cuenta que le había robado la laptop de un bolso de mano que había dejado en el compartimento superior. En ningún caso yo he querido hacer lo mismo, siempre llevo el bolso a mis pies cosa de no perderlo de vista y tratamos de sentarnos cerca de los maleteros, cosa de ver si que sacan nuestros bolsos. Buscamos una hostal cerca del terminal de buses, que fue la más barata que encontraríamos en nuestro viaje por este país, s./35, por una pieza amplia con baño privado y una cama cómoda. Se notaba que era una construcción nueva y los dueños fueron muy amables.
Estábamos a unas 5 cuadras del centro, decidimos bañarnos y salir a buscar desayuno, no sin antes preguntar qué tan lejos estaba la playa. La dueña del hostal que estaba como a una hora, cosa que nos desilusionó porque pensamos que estaríamos más cerca.
Caminando llegamos al mercado central, por el que dimos una vuelta, estaba más limpio que el de Arequipa, pero decidimos tomar desayuno afuera de éste. La novedad fue que al pedir café con leche te traían la taza y una botella que asumí que era soya para los sándwiches que habíamos ordenado, pero era café líquido. Ya estábamos en el norte del Perú y en los anuncios de los restaurantes anunciaban su comida al estilo norteño y temimos por los aliños. Ceviche se anunciaba por todos lados, tamales. Caminamos un momento más y encontramos la plaza y el centro histórico. De nuevo las construcciones mostraban el paso español por la ciudad. Buscamos la información turística y nos indicaron los museos y lugares que debíamos conocer y la forma de llegar a la playa más próxima, Huanchaco.  
Decidimos dejar el paseo a la playa para el siguiente día y paseamos por la ciudad, deliberando si era conveniente o no tomar un tour que ofrecían para ir a sitios arqueológicos cercanos. Decidimos que no y seguimos conociendo. Trujillo es una ciudad amable para el turista, pequeña pero ordenada y limpia. Compré un libro por s./14, un precio irrisorio para lo que pagamos en Chile, incluso por una copia pirata. Durante esa noche en la plaza nos encontramos con un show de la municipalidad, con la banda tocando música popular e invitando a la gente a bailar y el grupo folclórico bailando danzas típicas.
Fuimos al siguiente día a Huanchaco, una playa ordenada y limpia, dónde se veía gente surfeando y además los famosos caballitos de totora, botes hechos de este material que usan para salir a pescar. Hartos lugares dónde comer frente a la playa, pero decidimos volver a la ciudad.
Decidimos conocer el museo del juguete, obra única en Sudamérica según la persona que nos atendió y que es de propiedad de un artista local que no tuvo juguetes en su niñez debido a la condición económica de su familia y al conocer Europa vio varios museos de este tipo y decidió exportar la idea a su ciudad natal. El museo de divide en varias habitaciones, una de juguetes de niña, otra de varones, un lugar para juguetes típicos y otro para juguetes prehispánicos. Aunque algunos de estos son réplicas, vale la pena conocer este museo por lo original.
Viajaríamos nuevamente en la noche hacia nuestro último destino en Perú, Tumbes.

Lima.

Llegamos a Lima después de un intenso viaje en bus, cómodo, pero más lento de lo que se nos había dicho, puesto que sí hizo paradas durante el trayecto y además no salió a la hora fijada, pero aprenderíamos que esto es una constante en Perú, los buses no salen a la hora. Dormí poco porque tuvimos la brillante idea de pedir los asientos de adelante en un bus panorámico, y de la manera que conducen es para no dormir, al menos, estábamos más separados del resto de los pasajeros.
A diferencia de los otros viajes dónde llegábamos a un terminal de buses común para todos las empresas, llegamos a un terminal sólo de Cifa (la empresa en cuestión) y nunca vimos algo parecido al centro durante el trayecto. Recogimos nuestros bolsos y salimos del terminal invadidos por taxistas que ofrecían llevarnos o ofrecían hoteles y hostales, pero al ir preparados para ser más desconfiados decidimos caminar por los alrededores y preguntar a alguien que nos pareciera de confianza. Encontramos una persona que aseaba la ciudad y nos informó que habían otros terminales cerca, así que aprovechamos de preguntar por el costo del pasaje a nuestro próximo destino, y tratamos de andar por el camino de entrada del bus a la ciudad, por dónde habíamos visto hostales y hoteles. Más allá nos encontramos con un policía al que preguntamos si el centro estaba muy lejos, y nos dijo que era mucho para caminar. Después de 16 horas lo único que queríamos era bañarnos así que decidimos preguntar por ahí cerca. Encontramos una hostal con un precio igual al que habíamos pagado y bien cuidada, así que nos quedamos allí. Nos bañamos y salimos para tomar desayuno, en dirección al centro, porque habíamos preguntado cómo llegar.
La micro que tomamos nos dejaba en el Congreso, y de ahí debíamos caminar para llegar al centro, pero no era mucho. Nos encontramos justo con el cambio de mando en el palacio de gobierno, pero nos aburrimos de esperar así que seguimos conociendo. Esta era otra ciudad peruana dónde se veía claramente el paso de los españoles. Grandes edificaciones antiguas como la catedral, correos y casas anexas llamaron nuestra atención. Caminando encontramos más iglesias y más construcciones,  y llegamos a orillas del río …… que atraviesa la ciudad, en una de sus orillas construyeron un paseo con piletas y monumentos. Cercano también encontramos ferias y diversos locales comerciales.
Antes de volver a descansar al hostal  decidimos preguntar por la oficina de asistencia al turista, y como siempre fueron de gran utilidad con su información certera. Al preguntar por las playas cercanas, nos recomendaron Larcomar o Barrancas, pero nos dijeron que por nuestra seguridad nos mantuviéramos lejos del Callao.
El día Domingo decidimos ir a Larcomar, en taxi porque no supieron indicarnos como llegar en micro, pero nos costó sólo s./8 y no estaba tan lejos de nuestro hostal. Al llegar notamos que estábamos en un lugar más exclusivo, dónde se veían personas y lugares que correspondían a un barrio alto, por decirlo así. Resultó que Larcomar es un paseo peatonal y un mall, con tiendas de marcas más exclusivas y valores más altos. Este mall tiene vista hacia la playa, pero no está cerca de ella, puesto que está sobre un cerro. Si miras hacia abajo ves la carretera y la playa. Decidimos conocer el mall y luego empezamos a buscar cómo bajar a la playa. Un guardia nos indicó el camino, seguíamos en paseo peatonal y lo encontraríamos, y además conocimos el Parque del Amor, dónde hay una escultura de una pareja besándose y, obvio, varias parejas de enamorados paseando por ahí. Más allá vimos un faro, así que decidimos conocerlo antes de bajar.
El camino hacia la playa está conformado por una serie de escalinatas que al bajar no representan ningún problema, pero al subirlas es otra cosa, claro puedes tomar un taxi para llegar hasta allá pero la idea es conocer. En la playa encontramos un muelle, que termina en un restaurante y dónde hay unas tiendas de recuerdos y cosas artesanales y seguimos hacia la playa.
No me gustó la playa, en la orilla había grandes piedras y la arena se encontraba más allá, fue difícil caminar por la orilla, pero me gustó la temperatura del agua, nos mojó una ola y sentimos el agua tibia. A pesar de ir preparados para bañarnos, no lo hicimos por las piedras, y porque además el día estaba nublado, no hacía frío en un principio, pero cuando estábamos abandonando la playa empezó a entrar una niebla que hizo que el día se helara.
Almorzamos en el centro comercial y nos fuimos al hostal. Luego salimos a recorrer el centro nuevamente por los lados que no habíamos visto todavía. Nos encontramos con una boda en la catedral, y lo que parece ser una tradición aquí, los novios dando una vuelta por la plaza.  Vimos varios museos y edificios con claros indicios de la época colonial. Al día siguiente queríamos partir a Trujillo así que volvimos temprano para aprovechar lo que nos quedara.


El día Lunes viajaríamos a las 10 de la noche a Trujillo, así que almorzamos y empezamos a preparar las cosas. Nos cambiamos de hostal, porque el dueño no quiso bajar el precio por estar hasta la noche, y al frente había una que cobraba por horas, y además tenía internet, así que genial. La calidad no era la misma, pero total serían sólo unas horas. Nos recostamos un rato a ver videos por internet y mi esposo sintió un fuerte dolor en la espalda, pensando que se trataba de un aire se empezó a mover para disipar el dolor, pero continuaba e incluso se hacía más intenso. Hasta que pidió ir a un hospital. Para mi esposo, como la mayoría de los hombres que conozco, el dolor tiene que ser MUY intenso para que pida algo así. Le preguntamos a la recepcionista del hostal y nos indicó que hospital cerca no encontraríamos, pero sí una clínica. Nos dirigimos hacia allá (la habíamos visto en nuestras caminatas)  y lo atendieron inmediatamente, después de señalarnos que tendríamos que pagar el precio de consulta particular. El doctor que lo atendió inmediatamente le señaló que parecía ser un cálculo renal que estaba descendiendo y que le harían algunos exámenes para confirmar. Le dio unos calmantes mientras esperaba y tuve que ir de vuelo a avisar al hostal que no nos iríamos y a cambiar los pasajes de bus para el siguiente día, esperando que efectivamente pudiéramos irnos. Menos mal que en ninguno de los dos lados me cobraron un cargo extra, porque la clínica salió bien costosa, y agradeciendo que el urólogo que le confirmó el diagnóstico a mi esposo se apiadó y no le envió a hacer otro examen más caro y le dio una orden para que se lo hiciera fuera de la clínica, donde nos costaría hasta dos tercios menos. Con una receta para el dolor salimos de la clínica a descansar y a esperar la evolución. No durmió bien, ninguno de los dos lo hicimos, pero mi esposo decidió que siguiéramos con nuestra ruta. Así es que a las 10 de la noche, partimos a Trujillo.